lunes, 24 de agosto de 2009

Nuestro realismo mágico

No habrá desarrollo sin los valores científicos como un activo cultural generalizado

El realismo mágico es un movimiento literario esencialmente latinoamericano, el cual responde a una realidad muy propia. Pero es esta realidad la que debemos superar si queremos el desarrollo de nuestros pueblos.

La España y el Portugal que conquistan América Latina eran, en pensamiento, muy anteriores a la revolución filosófica que se incubaba en Francia y otras ciudades europeas, a la cual bien podría referirse como la revolución cartesiana, en honor al filósofo francés René Descartes (1596-1650), una de sus principales figuras.

La duda metódica no podía estar más lejos del dogmatismo y de la superstición. Para Descartes la duda es la fuente de la sabiduría. Incluso llegó a afirmar que para los verdaderos buscadores de la verdad es necesario, por lo menos una vez en la vida, dudar, tan lejos como sea posible, de todas las cosas. En efecto, uno no puede dudar sin pensar, y si pienso, existo (cogito ergo sum). Sus contribuciones son muchas, se destacan sus aportes a la geometría analítica, pero bien puede ser considerado el padre de la filosofía moderna y el fundador del método racional en la investigación filosófica.

Mientras el rigor y el análisis empírico irrumpían en las capitales del continente europeo, los conquistadores de nuestras tierras eran ajenos a las nuevas ideas y métodos de pensar y organizar la sociedad. Las crónicas de la época eran fantásticas y sobrenaturales. La duda metódica no existía: se describían fuentes de la eterna juventud, animales fantásticos, ciudades ocultas y frutos maravillosos, a la vez que se destruían las culturas autóctonas, sus religiones y organizaciones sociales. El legado institucional pre-capitalista se acompañó de un modo de pensar pre-científico. Esa herencia subsiste, particularmente como forma de entender la realidad, y es forma de perpetuar el subdesarrollo.

En las décadas del veinte y treinta del siglo pasado, los artistas europeos exploraban el subconsciente y el inconsciente en el movimiento surrealista de sueños y fantasías. Artistas latinoamericanos viajaron a Europa para unirse al movimiento, pero al regresar a la región, descubrieron que esa realidad, la cual buscaban en estados psicológicos, se encontraba, de distinta forma, en sus propias culturas, en una dualidad no superada a pesar de su aparente contradicción: el mundo tecnológico-científico coexiste con la cultura de la superstición.

Gabriel García Márquez lo expresó claramente “mi problema más importante era destruir la línea de demarcación que separa lo que parece real de lo que parece fantástico. Porque en el mundo que trataba de evocar, esa barrera no existía”. Los sesentas y setentas ven una explosión de la literatura del realismo mágico, periodo que coincide con las dictaduras y sus infinitas manipulaciones de la palabra para distorsionar los hechos.

El realismo mágico es nuestro mejor retrato. En una cultura impregnada de realismo mágico, lo fantástico y la tecnología cohabitan, y las realidades políticas y culturales viven esas dualidades. Latinoamérica sigue inmersa en su confusión, sin enfrentar científicamente su realidad, sin valorar el rigor en la expresión y el análisis, sin ponderar adecuadamente la evidencia empírica y, por lo tanto, dispuesta a aceptar mitos sobre sí misma como si fuesen verdades científicas. Muchos políticos son expertos en navegar esas aguas, por lo que mitos, realidades y fantasías se conjugan en su discurso mágico. Su audiencia se deja embaucar, ajena a falacias, contradicciones y afirmaciones sin evidencia.

El realismo mágico ha producido premios Nobel de literatura para la región y sus novelas son fuente obligada para los estudiosos no solo de las letras, sino también de las realidades políticas y sociales. Su aporte es tal que sin este los análisis de esas realidades de parte de los científicos sociales resultan insuficientes, si estos no se acompañan del estudio de esa literatura. Pero todo esto debiera servir para superar la limitación para el desarrollo que tal forma de entender la realidad significa. El rigor de expresión y pensamiento, demandar evidencia suficiente y el análisis lógico son insustituibles para descartar mitos y fantasías y poder conocernos a nosotros mismos como sociedad y como personas. Es la capacidad para destilar lo real a partir de la duda metódica que no deja mito con cabeza. En definitiva, debe quedar claro que no habrá desarrollo sin los valores científicos como un activo cultural generalizado. Un gran desafío educativo.