miércoles, 29 de febrero de 2012

Para ser solidarios


La esencia del capitalismo es el individualismo, el cual ha desencadenado mecanismos de competencia e innovación capaces de aumentar la producción a tasas sin precedentes en la historia de la humanidad. El fundamento del individualismo es la descentralizacion, donde los agentes solo velan por sus propios intereses.

Sin embargo, la vida en sociedad demanda un contrato social, pues las decisiones descentralizadas no resuelven todos los problemas de la convivencia, e incluso pueden generar nuevos desafíos. Así la discusión racional sobre el bien común es intrínseca a la organización política democrática. Muchos mercados deben ser regulados, la distribución del producto es un asunto ético, y el apoyo a los más débiles también, amén de otros bienes públicos o meritorios que pueden requerir la intervención de políticas públicas. De tal manera que una sociedad moderna vive los equilibrios entre el individualismo y la racionalidad del bien común en procesos políticos complejos.

Por su parte, la solidaridad, en su sentido político, puede ser de raíz emocional, fundada en la empatía con quien sufre una situación semejante. Así, por ejemplo, los trabajadores del siglo XIX en Inglaterra sufrían condiciones de verdadera explotación y enajenación, las cuales llevaron a Marx a observar comportamientos de solidaridad y quizás pensó que estas muestras altruistas de solidaridad podrían ser la base de una sociedad fundamentada en ese principio.

Individualismo. Ahora bien, el cambio técnico y la expansión de los mercados permitieron ir reduciendo las condiciones infrahumanas de los trabajadores e ir dignificando el trabajo. Una vez diluida la condición de explotación, se reduce la empatía producto de esa condición y la solidaridad pasa a ser sustituida por el individualismo, como se puede observar en las sociedades de mayor desarrollo del capitalismo. Ese individualismo puede ir acompañado de autonomía e independencia como en Estados Unidos, o contar con mayores intervenciones para lograr el bien común, como en los países escandinavos, mediante más impuestos y mayores políticas públicas, a lo que se podría denominar la social democracia moderna. Por su parte, Costa Rica parece haber hecho el tránsito hacia el individualismo, aunque en una versión contradictoria de pretender un Estado paternalista al que no se está dispuesto a financiar, y con niveles persistentes de pobreza éticamente inaceptables.

Ahora bien, el individualismo, al despojarse de los justificantes emocionales de empatía (solidaridad de los explotados) como resultado de su avance económico, hace florecer, además de la eficiencia, al egoísmo en dos vertientes que carcomen a las sociedades modernas fruto de los apetitos humanos: el consumismo y el narcisismo. De tal manera quela descentralización y el individualismo económico pueden ser eficientes, pero el consumismo y el narcisismo son moralmente vacíos y, a la postre, fuente de infelicidad.

El autonarcisismo y el hedonismo consumista como los frutos máximos del desarrollo contemporáneo no es otra cosa, según Platón, que alimentar solo la parte más baja del alma, la de los apetitos, en descuido de sus partes superiores. Como bien lo señaló Juan Pablo II en la encíclica Sollicitudo rei socialis: "Hoy se comprende mejor que la mera acumulación de bienes y servicios, incluso en favor de una mayoría, no basta para proporcionar la felicidad humana". Lo cual demanda contar con una respuesta al planteamiento sobre la naturaleza humana y una concepción moral sobre el desarrollo. La discusión política actual en Costa Rica parece centrarse sobre la distribución de los beneficios y no sobre sus contradicciones y, mucho menos, sobre los fines del desarrollo y su moralidad.

Caridad. La sociedad debe ser escuela para superar el egoísmo, la liberación en el ejercicio de la solidaridad, fundamentada no en la empatía, sino en el amor al prójimo, para descubrir los caminos de la felicidad en la trascendencia, ya sea que esta se entienda como práctica de la virtud teologal de la caridad, o la compasión, diría el Dalái Lama.

Discutir en Costa Rica sobre la distribución para colmar mayores ansias de consumo es seguir persiguiendo cantos de sirena. Debemos dar el salto a materializar una sociedad solidaria que promueva no solo la eficiente satisfacción de las necesidades y la equidad en la distribución, sino también fines trascendentes: la búsqueda de la felicidad, y esto dependerá de promover una cultura cívica para la transformación interior, no como imposición de credos, sino como fuente de libertad para practicar la compasión, escudriñar la verdad y descubrir la estética.

La nación 29/02/12

De Marx y Smith


Tradicionalmente se invoca a Adam Smith y a Karl Marx como las fuentes de las dos ideologías que compitieron en los planos teóricos, ideológicos y éticos y dieron pie incluso a la guerra fría, la cual mantuvo en vilo a la humanidad por décadas. Hoy, que la discusión ideológica muestra más confusión y eslóganes que rigor, puede convenir regresar a las fuentes.

Un primer dato a resaltar es que los problemas teóricos que plantean Smith y Marx en los siglos XVIII y XIX respectivamente, solo encuentran respuesta con los desarrollos matemáticos de finales del siglo XX. Las soluciones más generales a la pregunta de cómo tendría que ser el mundo para que se cumpla el precepto de Adam Smith debieron esperar el desarrollo de la topología. Solo entonces se pudo precisar un mundo donde los agentes económicos, siguiendo solo su propio interés, alcanzan una solución óptima mediante la llamada “mano invisible” del mercado. Estos trabajos permiten concluir con Hahn, que ese no es el mundo en el que vivimos. Por su parte, el salto a una invocación ética sobre el mercado en realidad corresponde a Bates, quien propuso el teorema, que hoy día aprenden todos los estudiantes de microeconomía, que la repartición del producto depende de la productividad marginal del último insumo de trabajo y de capital. Pero Bates dio un salto adicional no justificado a partir de un modelo abstracto, al pretender conclusiones éticas sobre la deseabilidad de la distribución del producto entre los agentes (capital y trabajo).

En el caso opuesto, Marx afirma que las ganancias o retorno al capital son inmorales: plusvalía extraída al trabajador. Para explicar la naturaleza de la ganancia y su origen en la plusvalía, Marx debía explicar la relación entre los precios (existentes en la realidad) y los valores de las mercancías (postulado teórico), lo que denominó "el problema de la transformación". Pero este problema tendría que esperar hasta los desarrollos matemáticos de la segunda mitad del siglo XX para encontrar soluciones. De estas se puede colegir que si se define una teoría de la explotación en los axiomas de partida (teoría del valor trabajo), se puede encontrar una solución matemática consistente (general o particular) a los precios y los valores, pero esta no prueba la definición ética hecha en el punto de partida.

De tal manera que los trabajos teóricos y matemáticos posteriores permiten concluir, con rigor, que ambas soluciones de equilibrio a las interrogaciones de Marx y Smith no permiten fundamentar posiciones ideológicas sobre la bondad o inmoralidad del mercado. Incluso se puede diseñar un modelo matemático que simultáneamente solucione el problema de la transformación de Marx y cumpla con los preceptos de igualación de las productividades marginales de Bates. Lo cual muestra que dos versiones ideológicamente incompatibles, encuentran una solución de consistencia en modelos matemáticos, y, además, por tratarse de casos especiales, no son refutables por la evidencia empírica. No existe, por lo tanto, un marco teórico de la economía para argumentar axiomáticamente la bondad o inmoralidad del mercado.

Otro punto de divergencia entre Marx y Smith es sobre la naturaleza humana. Smith parte de seres humanos egoístas y quiere ver las posibilidades de una coordinación descentralizada. Marx reconoce el egoísmo humano pero quiere su transformación a relaciones sociales y de producción fundamentadas en el altruismo: "de cada quien según su capacidad y a cada quien según su necesidad". En este sentido, Marx se acerca más al budismo (y, en menor medida, también a otras religiones) al pretender la transformación de la naturaleza humana. En Marx, el "grupo iluminado" sería el proletariado, el cual por su condición económica (solo dueño de su prole), es altruista y se le puede entregar el gobierno para lograr la transformación social (dictadura del proletariado). Hace supuestos no demostrados: el altruismo inherente e incorruptible del proletariado y su claridad para organizar un Estado capaz de cambiar la sociedad hacia su utopía.

En conclusión, ni Marx ni Smith dan pie teórico para alabar o condenar al mercado. En efecto, el funcionamiento de este se basa en el egoísmo humano. Podríamos concluir que el egoísmo es indeseable como base de organización social. Pero si de transformar el egoísmo y de construir una nueva sociedad se trata, la solución marxista del Manifiesto Comunista es claramente simplista y sin fundamento.

La Nación 22/01/12

El futuro del euro


Quizás el principal argumento para salvar el euro es el riesgo sistémico para la economía mundial que abandonarlo significa. La eurozona (diecisiete países) podría caer en una severa recesión, con impacto inmediato para la Unión Europea –UE– (veintisiete países, y Croacia en proceso de ingreso a partir de la reciente Cumbre de Bruselas), consecuencias severas para la periferia europea, el contagio para los Estados Unidos y el resto del mundo.

La Cumbre de Bruselas empieza a ser percibida como insuficiente. Establece un nuevo mecanismo de salvamento, otorga liquidez al Fondo Monetario Internacional y reitera las reglas de disciplina de Maastricht (déficit inferior al 3%), pero con mayor supervisión.

El Banco Central Europeo (BCE) reaccionó con cautela, se mantiene como prestamista de última instancia para los bancos comerciales, pero no para los países. Este resultado podría ser delicado. Los bancos tendrían acceso a recursos baratos, con los que podrían comprar bonos soberanos de alto rendimiento (presionados por los Gobiernos) con altas ganancias de corto plazo, pero esto podría incubar una nueva crisis bancaria en un futuro cercano.

Los resultados de la Cumbre de Bruselas deben ser ratificados por los parlamentos nacionales. Es fácil predecir que en muchos de los veintiséis países (excluido el Reino Unido), esto no ocurrirá, pues miembros de coaliciones gobernantes ya han indicado su renuencia a votar afirmativamente.

Al reafirmar la disciplina fiscal y ningún mecanismo de transferencias comunitario, los países en dificultades solo podrán ajustarse mediante una contracción de sus economías mediante reducciones salariales, debilitamiento de los sistemas de pensiones y disminuciones del gasto público, entre otros. Es decir, todas medidas impopulares que harán perder las elecciones a todos los partidos que las implementen. Estos países no tienen opciones de devaluación de sus monedas ni opciones de ajuste keynesiano, por lo que el único camino que les queda es una fuerte contracción. Fracasarán en las urnas o las calles.

Dentro de esta perspectiva, el euro no parece haber abandonado el camino de una muerte anunciada. No obstante, quizás los líderes europeos compraron tiempo para hacer conciencia de que salvar el euro requiere decisiones más fuertes. Estas podrían, incluso, permitir al BCE comprar deuda soberana de sus países miembros (actualmente inhibido de hacerlo) y arriesgar inflación en la eurozona. Pero esto va contra el ADN alemán luego de la experiencia de los años treinta del siglo pasado. Otra alternativa es profundizar la unión fiscal, permitiendo, por ejemplo, la emisión de eurobonos. Esto o mecanismos más directos de transferencias, significarían que los países más responsables fiscalmente como Alemania y los países escandinavos transfieran recursos de los impuestos de sus ciudadanos a países que no manejaron bien sus finanzas. La dificultad política de explicar estas decisiones es evidente.

En definitiva, los mercados parecen estar leyendo que las decisiones de Bruselas son insuficientes, con lo cual coincido. El camino seleccionado tropezará. Si se quiere salvar el euro, debe profundizarse la unión, permitir decisiones de impacto inflacionario (lo cual debilitaría al euro, y esto les conviene a los países en dificultades) o mayor integración fiscal con subsidios comunitarios directos.

Abandonar al euro (de hecho, la moneda alemana, pero común a diecisiete) puede percibirse como el fracaso de la UE y enviarla a una fuerte recesión, y con ella a la economía mundial. Sería ir por caminos nunca transitados anteriormente. Si esta última fuese la decisión, debería tomarse de manera ponderada y considerando consecuencias para mitigarlas. El peligro es que se llegue sin previsión alguna al fracasar las insuficientes decisiones tomadas.

En resumen, salvar el euro requiere de estadistas, pero desmontarlo también. El hundimiento del euro, el peor escenario mundial, solo requiere de políticos temerosos.

La Nación 19/12/11

¿Por qué India?


Conforme el baricentro económico se desplaza de occidente a oriente, cada vez a velocidades más aceleradas, debido tanto a la crisis de occidente como a la forma en que la han enfrentado, dos gigantes, cada uno con más de un sexto de la población mundial, pasarán a ejercer su influencia en esferas que trascienden lo económico. Posiblemente, los dos grandes emporios de la segunda mitad del siglo XXI serán Shanghái y Mumbái. Corresponden a dos modelos particulares de capitalismo autoritario en China y capitalismo democrático en India. Sin embargo, ninguno de los dos puede entenderse únicamente a partir de estos conceptos típicamente occidentales.

En 28 años, China ha logrado sacar de la pobreza a 700 millones de habitantes. Esto no tiene precedentes en la historia mundial. Se requiere, evidentemente, mayor estudio de este fenómeno inédito de desarrollo económico. No obstante, algunos observadores como Reuben Abraham, han señalado que no fue a partir de políticas públicas sociales, sino de crear el clima de negocios para que entes públicos y privados florecieran en el mercado. El éxito parece haberse logrado a partir de creación de nueva riqueza basada en el mercado y no de redistribución de la ya existente.

India viene rezagada con respecto a su vecino. Sus empresas no alcanzan las dimensiones ni la competitividad de sus rivales chinas u occidentales (The Economist estima que se demorarán un par de décadas) y se mantienen como conglomerados familiares sin especialización sectorial y sin inversionistas institucionales. Es un modelo empresarial todavía incipiente, tal como el que se observa en América Latina, y con corrupción pública rampante, que los grupos medios empiezan a combatir fuertemente.

Si se le compara con China, también es evidente su rezago en infraestructura y el sector informal todavía proporciona el 40 % del empleo. En lo social, el sistema de castas sigue pesando como un lastre. No obstante, a su favor, y en contraste con China, las empresas indias han incursionado en la frontera tecnológica y cuentan con una cantera de profesionales de universidades tecnológicas propias que rivalizan con las mejores de Estados Unidos y el Reino Unido.

Tradición de diálogo.El mundo contemporáneo globalizado enfrenta grandes desafíos producto de poner en contacto a diferentes culturas y tradiciones religiosas. Se requiere una visión y actitud que supere el eurocentrismo del siglo XX. Pues bien, India ha enfrentado con éxito desafíos semejantes. Como señala Amartya Sen en su libro The Argumentative Indian, este país se ha caracterizado por la tolerancia, la aceptación de la heterodoxia y el escepticismo, lo cual ha desembocado en una tradición de diálogo.

La democracia más grande del mundo parte de la aceptación de su diversidad y el respeto a sus tradiciones milenarias, y sus métodos de convivencia se fundan en el diálogo y no en la represión o intolerancia. Ha resuelto en su propio macrocosmos, lo que a nivel global se percibe aún como choque de civilizaciones.

¿Puede la India servir de ejemplo y exportar esa esencia de su civilización? La verdad es que está en una situación ideal para ejercer el llamado soft power, como lo definió Nye, la capacidad de un país de influir en la conducta de otros por medio de la atracción de su cultura, valores e ideas (mientras que el hard powerse basa en acciones militares o incentivos económicos). Para empezar, India no tiene herencias negativas del ejercicio del hard power. En contraste con China, no tiene una historia de invasiones en el este y el sudeste de Asia, ni disputas en el mar de de China Meridional. Pero además, tiene a Bollywood que ya sobrepasó a Hollywood en la producción cinematográfica. Tiene el prestigio de la revolución no violenta de Ganhdi y, hoy, la imagen de alta tecnología. Finalmente, la influencia de la cocina india es universal.

Pero quizás, para asumir un mayor liderazgo mundial, India deberá demostrar su hard power en el terreno del crecimiento económico, para lo cual deberá regresar a tasas de crecimiento del 10% por año (frente al 7% actual) de una manera sostenida para lograr su transformación económica. Manmohan Singh inició una revolución económica, primero como ministro de Hacienda y luego como Primer Ministro. En 1992 sacó a India de la ineficiente planificación socialista al estilo soviético, e inició la liberalización de su economía y la sometió a la competencia. La respuesta en crecimiento ha sido extraordinaria.

No obstante, los Índices de Hambre Global, si bien muestran mejorías importantes al pasar de 30,4 en 1990 a 23,7 en el 2011, todavía son muy elevados. Evidencia de que la reforma debe continuar: el Estado sigue grande y esclerótico, incapaz de una gobernanza moderna, la justicia es lenta y el rezago en infraestructura es asfixiante. India deberá demostrarse y demostrar a todos que está dispuesta a dar el salto al desarrollo y asumir así una posición de liderazgo regional y mundial.

Si se diera una adecuada combinación de soft y hard power, India podría convertirse en el centro de un nuevo renacimiento del siglo XXI, multicultural y democrático, donde florecen las artes, pero también eficiente y capaz.

La Nación 11/11/11