- El consumo, un canto de sirena, no puede dar sentido a la existencia
En definitiva, los seres humanos aspiramos a ser felices y, en ese intento, buscamos lo que nos gusta y rechazamos lo que nos disgusta. Ese principio hedonista es una de las bases del análisis económico. En su momento, los economistas tomaron el concepto de utilidad del filósofo Jeremy Bentham, así como referencias al bienestar producido por el consumo, lo que parece tener que ver con la felicidad.
Estudios realizados en los países desarrollados, desde EE. UU. hasta Japón, muestran que, conforme las economías se han hecho más ricas, los ciudadanos no reportan sentirse más felices. Cincuenta años de encuestas idénticas en estos países no revelan ningún cambio en la felicidad según sus habitantes. Sí se sabe que, en términos relativos, los pobres de una sociedad reportan ser menos felices que los ricos, pero un aumento de la riqueza generalizada no da mayor felicidad (The Economist , 12/12/06). La economía de mercado puede brindar crecimiento, pero no mayor gozo para la sociedad.
Razones privadas. Un economista moderno podría responder que, para fines explicativos, no se necesita saber si el consumo de un bien brinda más satisfacción que el consumo de otro bien, sino tan solo si el consumidor tiene gustos definidos, saber si prefiere un bien más que otro. Sus razones son asunto privado. La economía no se ocuparía de la felicidad. No obstante, el psicólogo Daniel Kahneman (ganador del premio Nobel en Economía, 2002) argumentó que las personas sí pueden definir el alcance del bienestar por el consumo de bienes o servicios. Pero lo que logra concluir es que las decisiones de consumo futuro estarían definidas no por la experiencia en sí, sino por el recuerdo falible, de placer o de dolor, de experiencias de consumo anteriores.
Esto genera pistas interesantes para estrategias de mercadeo, pero no contribuye mucho a dilucidar la aparente disociación entre economía y felicidad. En definitiva, la economía de mercado brindaría opciones para generar abundancia y dejar en libertad a las personas de ser felices o infelices (The Economist , 12/12/06), por lo que la economía, como ciencia, poco puede aportar a la felicidad.
Más suicidios. La felicidad se refiere a un estado interior de reacción ante hechos externos. Es más, el resultado aparente de los países ricos es que, una vez resueltas las necesidades materiales, incluso puede aumentar la sensación de infelicidad y aburrimiento, lo que se refleja también en aumentos de las tasas de suicidio. En conclusión, el consumo no es más que un canto de sirena que no puede dar sentido a la existencia. La felicidad no puede ser comprada. El hedonismo, como principio de conducta, no es fuente de felicidad.
La economía puede explicar los patrones de decisión de los consumidores o productores, o contribuir a hacer políticas públicas más efectivas y, así, contribuir a dar mejores oportunidades. Pero descubrir la senda de la felicidad es un trabajo interior, en cuyo trayecto los eventos externos sirven tan solo de espejo para que el alma pueda escudriñar las motivaciones de las reacciones ante estos eventos.
En pos de equilibrio. El mundo de acciones y reacciones propias es una escuela, que nos permite avanzar en el descubrimiento de nuestra verdadera esencia, que no conoce separación y para la cual la persona debe superar las reacciones originadas en el principio hedonista, que incluye huir de miedos y del dolor, así como deseos de controlar, poseer o de hacer daño, entre otros. El hedonismo es una trampa. El gozo mayor ocurre en la comunión que logra superar las limitaciones y los lastres del pasado, para estar totalmente presente en el momento vivido. El gozo y la paz interior del presente así vivido y acompañado de la contemplación ha sido testimoniado abundantemente en las principales religiones y filosofías: San Juan de la Cruz en el cristianismo, Rumi en el sufismo, Lao Tze en el taoísmo, los haikú del budismo zen, etc.
La globalización y la explosión de las posibilidades del consumo, incluso en desmedro de la salud del planeta, debiera llevarnos a redoblar esfuerzos para acabar con la pobreza material, pero también para recuperar los equilibrios ecológicos y aquellos de naturaleza interior: redescubrir las causas de la pobreza espiritual (o infelicidad) y avanzar en la senda de la felicidad. La economía se plantea así como medio, pero nunca como fin.
La Nación, 13 de febrero de 2007