- El ruido interno es fuente de permanente insatisfacción y engaño
La tradición contemplativa se fundamenta en el silencio. El silencio interior permite la contemplación al derribar las barreras entre contemplado y contemplante, división que es fruto de la distracción de la conciencia. En el silencio profundo, la conciencia se enfoca y es posible para la persona humana llegar a descubrirse como conciencia individualizada pero partícipe de la gran conciencia indivisible, se conocen los gozos de la experiencia mística o teología experimentada. En términos aristotélicos, el amor iguala a los desiguales, lo cual no demanda del contemplante acción alguna, sino pasividad receptora, silencio, pues la contemplación deviene como gracia divina.
Al adentrarse por los caminos del silencio, para lo cual existen un sinnúmero de técnicas (como, por ejemplo, las que presenta magistralmente en sus libros y talleres el padre Ignacio Larrañaga), se descubren voces internas que salen al paso y que, al alterar el silencio, impiden la contemplación. Santa Teresa de Ávila se refirió, de manera certera, a ese coro cacofónico, del cual se hace consciente quien se adentra en la contemplación, como la “loca de la casa”. Platón lo describió mediante la metáfora de un barco amotinado.
Inocente y sugestivo. En el hinduismo y sus derivaciones, ese conjunto de voces internas, que aparecen como diálogo inocente y sugestivo, se denominan ego. Ese término induce a confusión en Occidente, pues tiene otros dos significados distintos, el coloquial de exceso de autoestima, y el de Freud, quien lo identifica con el yo, al cual define como un principio homeostático que equilibra las fuerzas instintivas del id, los ideales del super- ego y la realidad exterior. Ninguno de los dos significados equivale a su sentido en el hinduismo, que se asimila más claramente al concepto de loca de la casa, pues genera un mundo ilusorio o maya en la conciencia individual, que no corresponde a la realidad objetiva y desvía a la persona en sus intentos (conscientes o no) de alcanzar el ideal de descubrir su verdadera naturaleza. Locura es la negación de la realidad.
Ese diálogo incesante alimentado por miedos, ansias de control, sentimientos destructivos o autodestructivos, etc., acalla la voz interior de la conciencia moral. Aquella que no surge como diálogo o propuesta, sino como certeza de que si se actúa de determinada manera se consigue paz y sosiego. La única voz interior a escuchar. Nada que discutir, nada que negociar. Se actúa conforme a ella o se acalla a sabiendas…
Una vez adentrado en los caminos del silencio mediante la contemplación, se plantea un desafío más profundo. Aquietar el diálogo interno persistente, agobiante y lograr periodos mayores de silencio interior en las actividades cotidianas. Hacer café y solo hacer café. Sin pensar en lo que debemos o debíamos haber hecho, o cualquier otra sugestión interna. Se descubre entonces el gozo de hacer café. La conciencia moral podrá entonces manifestarse más fuertemente sin tener que sobreponerse al ruido. Se descubren nuevas dimensiones de paz interior y parece brotar una creatividad sin límites.
Presa de lo ilusorio. Nuestra cultura teme al silencio. Fomenta el ruido externo y no alerta contra los peligros del ruido interno, el peor de todos, pues es fuente de permanente insatisfacción y engaño. No se plantea como gran desafío lo relevante, sino que la cultura parece presa de lo ilusorio. Falta acometer el desafío de trascender lo cotidiano para descubrir lo verdaderamente real en ese mismo acontecer cotidiano. Para quien lo acomete, la realidad no cambia, pero sí su perspectiva, al descubrirse como participante consciente en la totalidad, y con ello deviene el disfrute de la paz interior, descrito por San Juan de la Cruz y muchos más como el encuentro con el amado. Esta experiencia contrasta con la zozobra de la persona que se autopercibe como individuo aislado y presa de temores y ambiciones.
La lucha global entre el mal y el bien ocurre en muchos teatros y escenarios, precisamente entre las fuerzas del aislamiento y la segregación de la conciencia frente a la comunión gozosa. Cada de uno nosotros somos un participante activo en ese conflicto global mediante nuestro libre albedrío, al escoger, en nuestras decisiones cotidianas, si nos gobierna la loca de la casa o la conciencia moral. En este misterio maravilloso de la existencia, la conciencia es una y los actos de cada uno inciden en todos los demás. La caridad es, pues, muy demandante. Demanda silencio interior.
La Nación, 14 de noviembre de 2007