La esencia del capitalismo es el individualismo, el cual ha desencadenado mecanismos de competencia e innovación capaces de aumentar la producción a tasas sin precedentes en la historia de la humanidad. El fundamento del individualismo es la descentralizacion, donde los agentes solo velan por sus propios intereses.
Sin embargo, la vida en sociedad demanda un contrato social, pues las decisiones descentralizadas no resuelven todos los problemas de la convivencia, e incluso pueden generar nuevos desafíos. Así la discusión racional sobre el bien común es intrínseca a la organización política democrática. Muchos mercados deben ser regulados, la distribución del producto es un asunto ético, y el apoyo a los más débiles también, amén de otros bienes públicos o meritorios que pueden requerir la intervención de políticas públicas. De tal manera que una sociedad moderna vive los equilibrios entre el individualismo y la racionalidad del bien común en procesos políticos complejos.
Por su parte, la solidaridad, en su sentido político, puede ser de raíz emocional, fundada en la empatía con quien sufre una situación semejante. Así, por ejemplo, los trabajadores del siglo XIX en Inglaterra sufrían condiciones de verdadera explotación y enajenación, las cuales llevaron a Marx a observar comportamientos de solidaridad y quizás pensó que estas muestras altruistas de solidaridad podrían ser la base de una sociedad fundamentada en ese principio.
Individualismo. Ahora bien, el cambio técnico y la expansión de los mercados permitieron ir reduciendo las condiciones infrahumanas de los trabajadores e ir dignificando el trabajo. Una vez diluida la condición de explotación, se reduce la empatía producto de esa condición y la solidaridad pasa a ser sustituida por el individualismo, como se puede observar en las sociedades de mayor desarrollo del capitalismo. Ese individualismo puede ir acompañado de autonomía e independencia como en Estados Unidos, o contar con mayores intervenciones para lograr el bien común, como en los países escandinavos, mediante más impuestos y mayores políticas públicas, a lo que se podría denominar la social democracia moderna. Por su parte, Costa Rica parece haber hecho el tránsito hacia el individualismo, aunque en una versión contradictoria de pretender un Estado paternalista al que no se está dispuesto a financiar, y con niveles persistentes de pobreza éticamente inaceptables.
Ahora bien, el individualismo, al despojarse de los justificantes emocionales de empatía (solidaridad de los explotados) como resultado de su avance económico, hace florecer, además de la eficiencia, al egoísmo en dos vertientes que carcomen a las sociedades modernas fruto de los apetitos humanos: el consumismo y el narcisismo. De tal manera quela descentralización y el individualismo económico pueden ser eficientes, pero el consumismo y el narcisismo son moralmente vacíos y, a la postre, fuente de infelicidad.
El autonarcisismo y el hedonismo consumista como los frutos máximos del desarrollo contemporáneo no es otra cosa, según Platón, que alimentar solo la parte más baja del alma, la de los apetitos, en descuido de sus partes superiores. Como bien lo señaló Juan Pablo II en la encíclica Sollicitudo rei socialis: "Hoy se comprende mejor que la mera acumulación de bienes y servicios, incluso en favor de una mayoría, no basta para proporcionar la felicidad humana". Lo cual demanda contar con una respuesta al planteamiento sobre la naturaleza humana y una concepción moral sobre el desarrollo. La discusión política actual en Costa Rica parece centrarse sobre la distribución de los beneficios y no sobre sus contradicciones y, mucho menos, sobre los fines del desarrollo y su moralidad.
Caridad. La sociedad debe ser escuela para superar el egoísmo, la liberación en el ejercicio de la solidaridad, fundamentada no en la empatía, sino en el amor al prójimo, para descubrir los caminos de la felicidad en la trascendencia, ya sea que esta se entienda como práctica de la virtud teologal de la caridad, o la compasión, diría el Dalái Lama.
Discutir en Costa Rica sobre la distribución para colmar mayores ansias de consumo es seguir persiguiendo cantos de sirena. Debemos dar el salto a materializar una sociedad solidaria que promueva no solo la eficiente satisfacción de las necesidades y la equidad en la distribución, sino también fines trascendentes: la búsqueda de la felicidad, y esto dependerá de promover una cultura cívica para la transformación interior, no como imposición de credos, sino como fuente de libertad para practicar la compasión, escudriñar la verdad y descubrir la estética.