Tradicionalmente se invoca a Adam Smith y a Karl Marx como las fuentes de las dos ideologías que compitieron en los planos teóricos, ideológicos y éticos y dieron pie incluso a la guerra fría, la cual mantuvo en vilo a la humanidad por décadas. Hoy, que la discusión ideológica muestra más confusión y eslóganes que rigor, puede convenir regresar a las fuentes.
Un primer dato a resaltar es que los problemas teóricos que plantean Smith y Marx en los siglos XVIII y XIX respectivamente, solo encuentran respuesta con los desarrollos matemáticos de finales del siglo XX. Las soluciones más generales a la pregunta de cómo tendría que ser el mundo para que se cumpla el precepto de Adam Smith debieron esperar el desarrollo de la topología. Solo entonces se pudo precisar un mundo donde los agentes económicos, siguiendo solo su propio interés, alcanzan una solución óptima mediante la llamada “mano invisible” del mercado. Estos trabajos permiten concluir con Hahn, que ese no es el mundo en el que vivimos. Por su parte, el salto a una invocación ética sobre el mercado en realidad corresponde a Bates, quien propuso el teorema, que hoy día aprenden todos los estudiantes de microeconomía, que la repartición del producto depende de la productividad marginal del último insumo de trabajo y de capital. Pero Bates dio un salto adicional no justificado a partir de un modelo abstracto, al pretender conclusiones éticas sobre la deseabilidad de la distribución del producto entre los agentes (capital y trabajo).
En el caso opuesto, Marx afirma que las ganancias o retorno al capital son inmorales: plusvalía extraída al trabajador. Para explicar la naturaleza de la ganancia y su origen en la plusvalía, Marx debía explicar la relación entre los precios (existentes en la realidad) y los valores de las mercancías (postulado teórico), lo que denominó "el problema de la transformación". Pero este problema tendría que esperar hasta los desarrollos matemáticos de la segunda mitad del siglo XX para encontrar soluciones. De estas se puede colegir que si se define una teoría de la explotación en los axiomas de partida (teoría del valor trabajo), se puede encontrar una solución matemática consistente (general o particular) a los precios y los valores, pero esta no prueba la definición ética hecha en el punto de partida.
De tal manera que los trabajos teóricos y matemáticos posteriores permiten concluir, con rigor, que ambas soluciones de equilibrio a las interrogaciones de Marx y Smith no permiten fundamentar posiciones ideológicas sobre la bondad o inmoralidad del mercado. Incluso se puede diseñar un modelo matemático que simultáneamente solucione el problema de la transformación de Marx y cumpla con los preceptos de igualación de las productividades marginales de Bates. Lo cual muestra que dos versiones ideológicamente incompatibles, encuentran una solución de consistencia en modelos matemáticos, y, además, por tratarse de casos especiales, no son refutables por la evidencia empírica. No existe, por lo tanto, un marco teórico de la economía para argumentar axiomáticamente la bondad o inmoralidad del mercado.
Otro punto de divergencia entre Marx y Smith es sobre la naturaleza humana. Smith parte de seres humanos egoístas y quiere ver las posibilidades de una coordinación descentralizada. Marx reconoce el egoísmo humano pero quiere su transformación a relaciones sociales y de producción fundamentadas en el altruismo: "de cada quien según su capacidad y a cada quien según su necesidad". En este sentido, Marx se acerca más al budismo (y, en menor medida, también a otras religiones) al pretender la transformación de la naturaleza humana. En Marx, el "grupo iluminado" sería el proletariado, el cual por su condición económica (solo dueño de su prole), es altruista y se le puede entregar el gobierno para lograr la transformación social (dictadura del proletariado). Hace supuestos no demostrados: el altruismo inherente e incorruptible del proletariado y su claridad para organizar un Estado capaz de cambiar la sociedad hacia su utopía.
En conclusión, ni Marx ni Smith dan pie teórico para alabar o condenar al mercado. En efecto, el funcionamiento de este se basa en el egoísmo humano. Podríamos concluir que el egoísmo es indeseable como base de organización social. Pero si de transformar el egoísmo y de construir una nueva sociedad se trata, la solución marxista del Manifiesto Comunista es claramente simplista y sin fundamento.
La Nación 22/01/12