La
realidad europea es compleja. Las respuestas actuales no parecen comprender esa
complejidad. Son respuestas de antaño, divididas en dicotomías: austeridad vs.
keynesianismo; flexibilidad de los mercados laborales vs. protección de los
derechos de los trabajadores; y consolidación fiscal vs. defensa del Estado
benefactor, entre otras. Estas dicotomías corresponden, en alguna medida, a las
ideologías prevalecientes. Los conservadores o derecha defienden austeridad,
flexibilización de los mercados laborales y la consolidación fiscal; mientras
que los socialistas (en el sentido europeo del término, social demócratas en
América Latina) o de izquierda, presentan una plataforma de gasto fiscal
keynesiano, protección de los derechos de los trabajadores y una defensa del
Estado benefactor. Las elecciones parecen estar condenadas a un péndulo donde
sucesivamente fallan los gobiernos de izquierda, los votantes oscilan hacia la
derecha, quienes tampoco logran aumentar el bienestar y el péndulo electoral
tendería a castigarlos nuevamente. Con el tiempo, como empieza a pasar en
Grecia, el caso más agudo, empieza el descrédito de socialistas y conservadores
y a fortalecerse las posiciones más extremas, con lo cual, las posibilidades de
gobernanza se complican aún más. Pareciera que la realidad desbordó a las
ideologías en más de una dirección. Las soluciones óptimas probablemente
requieren una combinación de posturas, por ejemplo, en algunos casos, keynesianismo
con flexibilización de mercados laborales y racionalización del Estado
benefactor. Los partidos de izquierda o de derecha se inhiben de hacer tales
planteamientos so pena de alienarse de sus propias bases. Se plantea así un desafío
político interior a los países de superar ideologías y de reconstruir una base
de apoyo a programas ideológicamente heterodoxos.
Pero
la complejidad es mayor. Salvar la Unión Europea requiere hoy caminar contra
los principios filosóficos de su construcción hasta la fecha. Los europeos han
promovido un proceso de convergencia de las políticas económicas, así como de
armonización regulativa en el marco de Maastricht. Lo segundo mantiene validez
para aumentar la eficiencia en el intercambio interior. Pero, en estos
momentos, lo más conveniente puede ser la divergencias fiscal. Mientras que los
países superavitarios del norte deben expandir su gasto, los del sur deben más
precavidos. El pacto fiscal vigente, con su receta talla única y universal,
basada en Maastricht y la austeridad, está llevando a toda la Unión a una nueva
recesión. Este es un desafío político para la Unión: permitir y promover la
divergencia sin entrar en una crisis de identidad.
Más
controversial aún, los países en problemas debieran tener la opción de devaluar
su moneda para reconstituir condiciones de competitividad. La situación actual
de mantenerse en la eurozona y tener que hacer el ajuste solo por la vía de la
contención del gasto parece condenado al fracaso político. Ahora bien,
abandonar el euro, no puede ser excusa para no acompañar la devaluación de un
programa de ajuste, que si bien no comprima el déficit a las velocidades
programadas actualmente, sí se plantean introducir mayor flexibilidad en los
mercados laborales y una revisión de los alcances del Estado benefactor. Desafío tanto interior como de la Unión.
En
definitiva, en primer lugar, existe un problema analítico. Es difícil para muchos
ver de frente la realidad. La mayoría sigue anclada en las ideologías
históricas y, tras esos cristales, no logran comprender las consecuencias de un
mundo globalizado en sus flujos financieros y comerciales, y, en particular el
desafío de competitividad que presentan China e India y otros como Brasil y Sur
Corea por un lado, y la flexible economía de Estados Unidos por el otro. Para
los defensores de la Unión Europea también es difícil entender que la ideología
de la convergencia y de la unión monetaria no se corresponde con la diversidad
estructural de las economías de la Unión en el marco de los desafíos que
plantean las amenazas de una segunda recesión y la competencia internacional. En
segundo lugar, existe un problema político. Las respuestas ideológicas
nacionales y de la Unión, al haberse erosionado la realidad para la cual fueron
desarrolladas, ofrecen respuestas sin correspondencia con los problemas a
resolver. Los partidos políticos siguen respondiendo en gran medida a esas
ideologías y naufragando en las urnas, las cuales sucesivamente castigan a los
gobernantes de turno.
Europa
no puede continuar con su implosión económica causada por su parálisis
cognitiva y política. La cuna de las ciencias y del Renacimiento no le pueden
fallar al mundo.