martes, 17 de noviembre de 2009

Realismo mágico y política

No habrá desarrollo sin los valores científicos como activo cultural generalizado

La política como arte de lo posible, requiere ver el camino del futuro e ilusionar y convencer a un grupo suficientemente grande de seguidores para contar con el apoyo necesario. En tanto que ciencia, demanda un acertado conocimiento de la realidad y de sus factores de cambio. En tanto que arte, exige transmitir un mensaje y construir una coalición capaz de edificar el futuro posible. Pero el punto de partida no puede ser otro que la realidad misma.

En América Latina, el discurso político no siempre se asienta en la realidad. Con frecuencia está ausente el rigor en el análisis y en las premisas mismas sobre la situación por transformar.

Este divorcio entre el discurso político y la realidad ha sido capturado por la literatura del realismo mágico, movimiento literario esencialmente latinoamericano. Responde a esa realidad muy propia. Pero es esa realidad la que debemos superar si queremos el desarrollo de nuestros pueblos.

Realidad contradictoria. En las décadas de los veinte y treinta del siglo pasado, los artistas europeos exploraban el subconsciente y el inconsciente en el movimiento surrealista de sueños y fantasías. Artistas latinoamericanos viajaron a Europa para unirse al movimiento, pero al regresar a la región, descubrieron que esa realidad, la cual buscaban en estados psicológicos, se encontraba, de distinta forma, en sus propias culturas, en una dualidad no superada, a pesar de su aparente contradicción: el mundo tecnológico-científico coexiste con la cultura de la superficialidad, superstición y la fantasía.

Gabriel García Márquez lo expresó claramente: “mi problema más importante era destruir la línea de demarcación que separa lo que parece real de lo que parece fantástico. Porque en el mundo que trataba de evocar, esa barrera no existía”.

El realismo mágico es nuestro mejor retrato. En una cultura impregnada de realismo mágico, lo fantástico y la tecnología cohabitan, y las realidades políticas y culturales viven esas dualidades.

Latinoamérica sigue inmersa en su confusión, sin enfrentar científicamente su realidad, sin valorar el rigor en la expresión y el análisis, sin ponderar adecuadamente la evidencia empírica y, por lo tanto, dispuesta a aceptar mitos sobre sí misma como si fuesen verdades científicas.

Muchos políticos son expertos en navegar esas aguas, por lo que mitos, realidades y fantasías se conjugan en su discurso mágico. Su audiencia se deja embaucar, ajena a falacias, contradicciones y afirmaciones sin evidencia.

Los sesenta y setenta vieron una explosión de la literatura del realismo mágico, período que coincide con las dictaduras y sus infinitas manipulaciones de la palabra para distorsionar los hechos.

Hoy, el realismo mágico no es particular de las dictaduras. Palabras con connotaciones fantasiosas igual sustituyen el análisis de la realidad. El discurso fantástico hace soñar con soluciones mágicas, pero sin asidero.

Ejemplos contemporáneos de esto son los vocablos neoliberal y privatización, los cuales se presentan como la antítesis dialéctica del crecimiento con solidaridad.

Etiquetas ideológicas. De tal manera que si se detienen los procesos de privatización y se expulsa del poder a los neoliberales, se alcanza la solidaridad.

Pero nunca se definieron neoliberalismo ni privatización, ni se demostró su existencia, y menos, el salto lógico que su negación produciría prosperidad y solidaridad.

El análisis sustituido por etiquetas con alta carga ideológica emocional. La denuncia con propósito de reforma del statu quo debe partir de hechos comprobables, no de lanzar etiquetas descalificadoras.

El realismo mágico ha producido premios Nobel de Literatura para la región, y sus novelas son fuente obligada para los estudiosos no solo de las letras, sino, también, de las realidades políticas y sociales.

Pero todo esto debiera servir para superar la limitación para el desarrollo que tal forma de entender la realidad significa.

El rigor de expresión y pensamiento, demandar evidencia suficiente y el análisis lógico, son insustituibles para descartar mitos y fantasías y poder conocernos a nosotros mismos como sociedad y como personas. Es la capacidad para destilar lo real a partir de la duda metódica.

En definitiva, debe quedar claro que no habrá desarrollo sin los valores científicos como activo cultural generalizado.

Un gran desafío educativo y para la política, entendida como educación y no como manipulación. Como dijo Savater, sin educación no hay democracia.

La Nación, 13 de noviembre de 2009