No conozco fuerza más grande que el amor de madre, capaz del máximo heroísmo. Circunstancias dramáticas, en general, invitan al heroísmo, aquel que antepone la vida y el bienestar de un tercero antes que la vida propia. Lo extraordinario del amor de madre es el heroísmo cotidiano. Aquel que se entrega sin pedir nada a cambio, sin cálculos autocentrados, día a día, sin dramatismo, sin nada extraordinario, sin adrenalina, en el anonimato. Ese es el amor de madre, la fuerza más grande porque no desfallece ni pide condiciones ante la adversidad pertinaz. Combina la resistencia del maratonista con la explosividad del velocista en el maratón de la vida. Cuando amemos al prójimo como las madres aman a sus hijos, ocurrirá una revolución milagrosa en la humanidad. La fuerza más grande sería la base de las relaciones humanas.
En este Día de la Madre debemos rendir homenaje a esas mujeres en condición de pobreza extrema que no desfallecen ante la adversidad para sacar a sus hijos adelante, heroísmo impresionante.
El cuadro es familiar. Un barrio capitalino, del frente de calle se ven unos cuatro o cinco ranchos. Se descubren trillos que dan acceso a más y más ranchos. Esas miradas sufridas y que, sin embargo, no han perdido su brillo; esas miradas quedan grabadas. Predominan las madres y sus pequeños. Rayos de esperanza, aunque no quieren ilusionarse, pues su vida anterior les ha jugado muchas malas pasadas. Impactan los olores, el acre de aguas negras que discurren a vista y paciencia, así como el humo de basura que se quema. Esos olores quedan con dolor en la memoria olfativa. Los adolescentes de mirada perdida y cuerpo destruido, ¿los perdimos para siempre? El paisaje de latas de zinc oxidadas y tablas semipodridas, cables que cuelgan y que solo un milagro explica que no haya incendios todos los días, y detrás de la tapia alta, también visibles, los condominios de lujo, habitados por quienes, gracias a la globalización, tienen las mayores posibilidades de consumo suntuario en la historia de la humanidad. El contraste brutal producto de la indiferencia de una sociedad que no recuerda su norte solidario y hace de un simple TLC su drama existencial.
Pero todo se resume en la mirada de aquella madre, recientemente desalojada por un juez. Aparentemente, un precarista logró desalojar a 38 familias, también precaristas, de un terreno del Estado. Ella vive hoy arrimada en el rancho de su madre, de un solo cuarto, suspendido en la margen de un río sucio, pero muestra con orgullo su lindo bebé de un mes, limpiecito, bien vestido, y el mayorcito de 7 años, lindos ojos verdes como su madre, limpio y educado. En medio de la miseria, esa madre exhibe esa fuerza tan grande del amor por sus hijos, que no desfallece a pesar de que en su vecindario se vende y consume la droga, a la espera de que la caridad organizada le brinde una mano para que sus hijos salgan adelante.
Falla de la sociedad. La pobreza extrema es un asunto de exclusión social en que la sociedad falla en suministrar los servicios básicos, que luego cobra cuando los excluidos tratan de incorporarse a la actividad económica y social. Las políticas sociales selectivas se pueden diseñar precisamente para remover esos factores de exclusión social, para que, en un marco de crecimiento económico, se pueda erradicar la pobreza. Es ciertamente un asunto de voluntad.
En este Día de la Madre, debemos aprender todos la lección, la que ellas cotidianamente nos brindan, y tomar la decisión, como sociedad, de tender la mano a esas madres que padecen pobreza extrema, para hacerles realidad su sueño de una vida digna para sus hijos.
La Nación, 15 de agosto de 2007