domingo, 22 de mayo de 2011

Una pequeña secta que cambió el mundo

Gandhi reinterpretó el concepto de ahimsa para convertirlo en un arma social y política

El censo de población de la India registra 4,2 millones de personas que se autodefinen como pertenecientes al jainismo, lo cual probablemente subestime su número real, pues algunos seguidores de esta secta tienden a clasificarse como pertenecientes al hinduismo. En todo caso, es número pequeño de personas en un país de más de mil doscientos millones de habitantes. Incluso, para mi sorpresa, el diccionario de la Real Academia Española no registra el vocablo ‘jainismo’.

Sin embargo, el jainismo ha influido directamente a la mentalidad de la India con su vocación de no violencia, cuya aplicación jugó un papel clave en la independencia de ese país. Incluso, esta secta ha tenido un impacto importante en el cumplimiento de los derechos humanos en lugares tan distantes como Estados Unidos y Sudáfrica.

En el siglo VI aC vivió su fundador Mahavira, cuyo nombre significa “gran héroe”, mientras que Jain, “conquistador”. Como dato curioso, Mahavira fue contemporáneo de Gautama, Confucio, Lao Tzu y los profetas Jeremías, Ezequiel e Isaías.

Al igual que el budismo, el jainismo se rebela contra el hinduismo, ambos rechazan su politeísmo y las castas sociales. Pero mientras los budistas proponen el camino del medio entre los opuestos, el jainismo propone que la salvación del alma propia depende de la protección a todas las demás almas. Su concepto ético central es ahimsa o “no violencia”. De acuerdo con Mahavira, no existe característica del alma más sutil que la no violencia, ni virtud del espíritu mayor que la reverencia por la vida. Consecuentemente, entren otras prácticas, se someten a un vegetarianismo estricto.

Mahatma Gandhi tuvo como guía spiritual un conocido jain seglar, Raychandbhai Mehta, quien se dice lo influyó fuertemente, en particular, en su adopción del concepto de ahimsa. Si bien Gandhi manifestó que el hinduismo satisfacía su alma (e incluía en este al budismo y al jainismo), decía que ninguna religión era absolutamente perfecta y creía en la verdad fundamental de todas las grandes religiones. Creía en la búsqueda de la verdad por métodos no violentos.

Desobediencia civil. Gandhi reinterpretó el concepto de ahimsa para convertirlo en un arma social y política: la desobediencia civil frente al dominio inglés, incompatible este con su redefinición de la noción de dominio interior (inner self-rule en inglés, swaraj en sánscrito) y con renuncia, no solo entendida esta como una vida simple y pura (tapasya), sino también, en su versión, de compartir en el sufrimiento del conflicto. En el jainismo no existen dioses que ayudan a los humanos, la liberación es individual mediante la eliminación del karma a través de la práctica de ahimsa. Con Gandhi adquiere una dimensión socio-política.

Otros grandes líderes del siglo XX, quienes dejaron su marca en la vigencia real de los derechos humanos, se inspiraron, a su vez, en los conceptos y métodos de lucha de Gandhi. Cabe citar a Martin Luther King, líder de las lucha contra la segregación y discriminación racial en Estados Unidos, y Nelson Mandela, en su batalla contra el apartheid en Sudáfrica.

Algunos seguidores del jainismo han llegado a criticar la ecuación en Gandhi de ahimsa con su política de resistencia pasiva, pues consideran a esta última como una forma de violencia sutil. Pero, la verdad, es que, gracias a su interpretación, se logró una aplicación práctica de importancia histórica fundamental al dar contenido y método de lucha social en contra de violaciones flagrantes de los derechos humanos y, consecuentemente, contribuyó a la liberación del sufrimiento de millones de seres humanos que padecían esas violaciones. Derivaciones lógicas un tanto puristas de la noción de ahimsa pierden fuerza frente a esas realidades históricas.

Para concluir, otro dato de este estudioso de las religiones. Para Gandhi, ahimsa se puede, de cierta manera, equiparar con el concepto cristiano del amor. Al menos, agrego, en su dimensión humana.

La Nación, 8 de mayo de 2011