domingo, 22 de mayo de 2011

A repensar el sector informal

El sector informal es uno de los puntos de penetración del crimen organizado

En décadas anteriores, cuando la moda en materia de desarrollo era pensar que el culpable del subdesarrollo era el Estado y sus intervenciones, se llegó a plantear, incluso a idealizar, el gran potencial del sector informal. Se argumentaba que el Estado era generador de ese sector por sus ineficientes intervenciones y este, a su vez, un ejemplo de capitalismo creativo, el cual se debía estimular y dejar a sus anchas.

El romanticismo con respecto al sector informal debe repensarse. El sector informal actúa, por definición, al margen de la ley. Si un vendedor ambulante, por ejemplo, recibe productos defectuosos, tiene varios cursos de acción ante sí, en vista de que no puede acudir a las autoridades, puede tomar la justicia en sus propias manos y recurrir a la violencia, puede ignorar a quienes lo estafaron y estafar por su cuenta a sus clientes, o puede combinar ambos cursos de acción. El punto es que el sector informal puede tener una vinculación cercana con la violencia. Mayor informalidad, mayor violencia en el manejo del conflicto.

Ahora bien, cuando irrumpe con fuerza el crimen organizado, el sector informal pasa a desempeñar nuevos papeles. Uno de los mecanismos privilegiados del lavado de dinero del crimen organizado es el contrabando. Se compran productos de contrabando con dinero producto de actividades ilícitas, estos a su vez, se distribuyen por medio de las pandillas articuladas por el crimen organizado, al sector informal, el cual pasa a ser parte de la red de blanqueo de activos. En la actualidad, en Colombia, estos mercados informales, o “san andresitos” como se les conoce, ofrecen cualquier producto. Sufren el sector formal, el fisco y los consumidores, quienes atraídos por bajos precios, pueden ser defraudados o correr riesgos de salud por productos defectuosos.

Gran desafío. Los vendavales del crimen organizado apenas se inician en Costa Rica. Conforme los países del norte cosechen sus éxitos en la confrontación ya iniciada, habrá un desborde al sur. La geografía nos condena a tener que enfrentar al crimen organizado como el mayor desafío de nuestra historia contemporánea.

El sector informal, lejos de la imagen bucólica, es uno de los puntos de aquiles de penetración de la violencia y del crimen organizado, al convertirse en el último eslabón de la cadena. Es pertinente, por lo tanto, una estrategia de incorporación del mayor número al sector formal. Lo cual debe incluir simplificación de trámites para el establecimiento de empresas, programas activos de promoción de la legalización, incluida centralmente la capacitación, y el brazo fuerte también, particularmente con inteligencia, para desmantelar las redes de distribución del contrabando.

Las dimensiones de los programas de incorporación de micro- y pequeñas empresas al sector formal debe tener, además, dimensiones locales: tarea para los cantones y sus alcaldes.

Pero el sector informal es también resultado de la falta de oportunidades en el sector formal, ya sea por falta de crecimiento del empleo (bajas tasas de crecimiento económico) o falta de destrezas, particularmente de parte de quienes desertan del sistema educativo sin completar la secundaria. Por lo tanto, las debilidades de las políticas económicas y sociales contribuyen a la vulnerabilidad ante la irrupción del crimen organizado. De tal manera que repensar el sector informal debe llevar a repensar el propio Estado. Las actuales circunstancias demandan nuevos niveles de efectividad de sus políticas. No hay tiempo para la discusión ideológica. Un necesario salto de calidad y cantidad de las políticas preventivas en lo social y represivas en lo policial, así como un marco de crecimiento sostenido, deben ser el contenido de un diálogo y concertación nacionales y de ahí deducir las urgentes necesidades de la reforma fiscal. Es un asunto de seguridad nacional.

La Nación, 21 de mayo de 2011


Una pequeña secta que cambió el mundo

Gandhi reinterpretó el concepto de ahimsa para convertirlo en un arma social y política

El censo de población de la India registra 4,2 millones de personas que se autodefinen como pertenecientes al jainismo, lo cual probablemente subestime su número real, pues algunos seguidores de esta secta tienden a clasificarse como pertenecientes al hinduismo. En todo caso, es número pequeño de personas en un país de más de mil doscientos millones de habitantes. Incluso, para mi sorpresa, el diccionario de la Real Academia Española no registra el vocablo ‘jainismo’.

Sin embargo, el jainismo ha influido directamente a la mentalidad de la India con su vocación de no violencia, cuya aplicación jugó un papel clave en la independencia de ese país. Incluso, esta secta ha tenido un impacto importante en el cumplimiento de los derechos humanos en lugares tan distantes como Estados Unidos y Sudáfrica.

En el siglo VI aC vivió su fundador Mahavira, cuyo nombre significa “gran héroe”, mientras que Jain, “conquistador”. Como dato curioso, Mahavira fue contemporáneo de Gautama, Confucio, Lao Tzu y los profetas Jeremías, Ezequiel e Isaías.

Al igual que el budismo, el jainismo se rebela contra el hinduismo, ambos rechazan su politeísmo y las castas sociales. Pero mientras los budistas proponen el camino del medio entre los opuestos, el jainismo propone que la salvación del alma propia depende de la protección a todas las demás almas. Su concepto ético central es ahimsa o “no violencia”. De acuerdo con Mahavira, no existe característica del alma más sutil que la no violencia, ni virtud del espíritu mayor que la reverencia por la vida. Consecuentemente, entren otras prácticas, se someten a un vegetarianismo estricto.

Mahatma Gandhi tuvo como guía spiritual un conocido jain seglar, Raychandbhai Mehta, quien se dice lo influyó fuertemente, en particular, en su adopción del concepto de ahimsa. Si bien Gandhi manifestó que el hinduismo satisfacía su alma (e incluía en este al budismo y al jainismo), decía que ninguna religión era absolutamente perfecta y creía en la verdad fundamental de todas las grandes religiones. Creía en la búsqueda de la verdad por métodos no violentos.

Desobediencia civil. Gandhi reinterpretó el concepto de ahimsa para convertirlo en un arma social y política: la desobediencia civil frente al dominio inglés, incompatible este con su redefinición de la noción de dominio interior (inner self-rule en inglés, swaraj en sánscrito) y con renuncia, no solo entendida esta como una vida simple y pura (tapasya), sino también, en su versión, de compartir en el sufrimiento del conflicto. En el jainismo no existen dioses que ayudan a los humanos, la liberación es individual mediante la eliminación del karma a través de la práctica de ahimsa. Con Gandhi adquiere una dimensión socio-política.

Otros grandes líderes del siglo XX, quienes dejaron su marca en la vigencia real de los derechos humanos, se inspiraron, a su vez, en los conceptos y métodos de lucha de Gandhi. Cabe citar a Martin Luther King, líder de las lucha contra la segregación y discriminación racial en Estados Unidos, y Nelson Mandela, en su batalla contra el apartheid en Sudáfrica.

Algunos seguidores del jainismo han llegado a criticar la ecuación en Gandhi de ahimsa con su política de resistencia pasiva, pues consideran a esta última como una forma de violencia sutil. Pero, la verdad, es que, gracias a su interpretación, se logró una aplicación práctica de importancia histórica fundamental al dar contenido y método de lucha social en contra de violaciones flagrantes de los derechos humanos y, consecuentemente, contribuyó a la liberación del sufrimiento de millones de seres humanos que padecían esas violaciones. Derivaciones lógicas un tanto puristas de la noción de ahimsa pierden fuerza frente a esas realidades históricas.

Para concluir, otro dato de este estudioso de las religiones. Para Gandhi, ahimsa se puede, de cierta manera, equiparar con el concepto cristiano del amor. Al menos, agrego, en su dimensión humana.

La Nación, 8 de mayo de 2011